viernes, 12 de junio de 2009

LOS CUENTOS MISÓGINOS DE ARREOLA


Cuando uno pronuncia el nombre de Juan José Arreola, no falta quién inmediatamente piense en su libro “La feria” o en el cuento “El Guardagujas”. Asociamos casi por default su nombre con líneas que denuncian de manera irónica y mordaz la deficiencia de un sistema mexicano que no ha cambiado mucho desde que el autor nacido en Zapotlán el Grande las escribió, a mediados del siglo pasado. Incluso haya quienes recuerdan aquellas episódicas entregas de Televisa cuando el escritor jalisciense aparecía por las noches junto a Jorge Berry comentando futbol en el mundial de 1990, para deleite de los seguidores de este disperso escritor —quien anteriormente ya había aparecido en televisión en otro programa donde siempre decía la frase “ese poema no lo conocía”— y para coraje de Sony Alarcón y Toño de Valdés, quienes fueron sustituidos por esta dupla.

Pero también su nombre provoca escozor mental entre quienes enarbolan la bandera del feminismo y la igualdad de género. Y es que para este grupo social, Arreola es un misógino con todas sus letras en mayúscula. Dicen que sus cuentos “Una Mujer Amaestrada”, “Eva”, “Anuncio”, “Parábola del Trueque” e “Insectiada”, y el relato-fábula “Homenaje a Otto Weininger” son misóginos. Argumentan que en todos estos textos aparecen paralelismos ofensivos a la condición femenina, descripciones de pensamientos de hostilidad, menosprecio y aberración hacia este género, imágenes en relieve y a escala de cómo un misógino percibe a la mujer desde su falocracia. Lo definen como un propulsor de la misoginia mexicana a través de su literatura, por muchos calificada (aunque no se sepa muy bien por qué) de artesanal.

Sin embargo, la tesis enunciada por estas mujeres no puede ser del todo confirmada por el resto de quienes observan en las líneas de este autodidacta un simple ejercicio de construcción e invención literaria, acaso proveniente de un entorno completamente inmerso en la misoginia, el machismo y el sexismo imperantes. Dicho en otras palabras: Arreola escribió cuentos misóginos a priori, tal vez. Pero que el escritor realmente fuera misógino, no lo podemos saber. Como tampoco podemos saber si quien retrata mujeres gordas o poco agraciadas sea de verdad un adepto creyente de que la belleza es interior; o si un artista pinta un basurero porque para él éste es el paisaje que considera como estéticamente perfecto. No, no lo podemos saber si no estudiamos todo el contexto en el que se encontraban estos artistas al momento de crear. No, si no somos capaces de estudiar sus obras despojados completamente de prejuicios de tipo axiológico, ideológico o moral.

En épocas recientes, a un nuevo boom feminista le ha dado por decir que casi el noventa por ciento de las cosas que le suceden a la mujer es por culpa de la misoginia: si la mujer pide un trabajo y no lo encuentra, es por los malditos hombres que no dejan que la desdichada se realice; si encuentra el trabajo y le pagan menos que a un colega suyo del género opuesto, es por causa de los hombres que odian a las mujeres; si en la televisión continúan saliendo mujeres voluptuosas que no tienen mucho cerebro para dar, la culpa es del misógino dueño de la televisora que las pone a cuadro. Si sale una artista conceptual con una propuesta distinta, de seguro fue porque es en respuesta a la sumisión masculina que ideó maquiavélicamente (aunque Maquiavelo no tenga nada qué hacer aquí) el estereotipo de artista femenino que era necesario tener para satisfacer las necesidades que un artista masculino no podrá satisfacer. Es algo así como decir que “la perdición de las mujeres son los misóginos hombres”.

Si ahorita alguien saliera a la calle con una camiseta que dijera “100% misógino”, seguramente varias féminas lo golpearían hasta hacerlo caer en coma. Pero, ¿realmente existe una clara definición de lo que es la misoginia en nuestro país? ¿Y realmente Arreola le habría aplaudido al valiente su osadía?

Macho, sí. Misógino, brincos dieras.

Es muy común escuchar los términos “machista”, “sexista” o “misógino” para referirse a cuanta ofensa, agravio o tentativa de ambos en contra de la mujer se profiera. Sin embargo, esto no es correcto: mientras un machista es alguien que defiende la sumisión, el hostigamiento, el maltrato y la opresión de la mujer como resultado natural de su posición inferior y de indefensión —producto de su inferioridad racional y sexual— respecto del hombre; y el sexista es quien no tolera otro paradigma que no guarde relación u obedezca a los parámetros y valores positivos de la masculinidad, el misógino será aquél que odia y rechaza a la mujer y a todo elemento que posea rasgos femeninos, pues tiene la convicción de que lo femenino constituye un grillete para la evolución del hombre en todos los sentidos. El machista somete, el sexista oprime y restringe, y el misógino elude la presencia femenina y todo lo que de ella deviene, incluyendo los arquetipos de corte matriarcal como lo son el matrimonio y la familia.

Surge entonces la primera connotación distintiva de estos tres subgrupos: mientras que el machista y el sexista pueden materializarse de manera evidente dentro de una sociedad (aquí encuadran los estereotipos del macho mexicano, el casanova, el sultán, e incluso el machista ataviado de un paternalismo exacerbado), el misógino no, pues los dos primeros aluden a fenómenos conductuales, en tanto que el tercero hace referencia a una filosofía y a una corriente ideológica. Y ya sabemos que no es lo mismo idear que poner en práctica las ideas.

Aléjate, demonio, porque no me dejas avanzar.

La creación de la misoginia surge como una contrapartida a la dominación subyacente de la mujer y todo el mundo de lo femenino. Es el clásico odio que surge como respuesta a un miedo acendrado al yugo que alguna vez la mujer tuvo en lo que conocemos ahora como matriarcado.

Dicen que para que exista algo debe haber un origen. En este caso, para que un hombre creara el concepto de la misoginia debió existir una mujer que hiciera y deshiciera de él a su antojo. Una mujer que lo dominara en las buenas y en las malas, haciendo uso de la inevitable atracción magnética que emana en aras de la reproducción: así, la mayoría de los pensadores, artistas y filósofos parten de la caracterización de las mujeres en su connotación sexual como el argumento que sostiene que son ellas un obstáculo para su perfeccionamiento en todas las aristas del ser humano. No por nada muchos de ellos generalmente las definen en sus obras como un ente perjudicial, un objeto de deseo, una tentación sexual y amoral que los conduce al camino de la perdición.

Weininger afirmaba que la mujer era un ser carente de alma por no tener ética, lógica ni moral: “En un ser como la mujer que carece de fenómenos lógicos y éticos, falta también la razón para atribuirle un alma (…) La mujer absoluta no tiene yo”. [i]

El concepto de mujer de Weininger es totalmente compatible con la filosofía de Aristóteles y Nietzsche, quienes entendían al caos existencial como resultado de la interacción del hombre con la mujer pecadora, con la Eva que cambia de nombre en cada cuento pero que al final siempre termina hundiéndolo en el fango debido a la frivolidad de ella y a la debilidad de éste para prescindirla en todos los sentidos de su vida. Aristóteles la definía en los siguientes términos: “La hembra es hembra en virtud de cierta falta de cualidades”. Nietzsche, como fiel discípulo del filósofo griego, retoma esta idea en su obra “Humano, demasiado humano”: [ii]

"Hay mujeres que, por mucho que en ellas se busque, no tienen interior, no son más que máscaras. Hay que compadecer al hombre que se abandona a estos seres casi fantasmales, necesariamente incapaces de satisfacer".

Por eso, también llegó a comentar que "la mujer perfecta es un tipo humano

superior al varón perfecto, pero también es un ejemplar mucho más raro". Y concluye su silogismo con lo siguiente, tomado de su libro “Así hablaba Zaratustra”:[iii]

"Pocos hombres hay aquí: por eso se masculinizan las mujeres. Pues sólo el que sea bastante hombre podrá ‘redimir’ a la mujer en la mujer”.

Percibimos la existencia de un mundo que rechaza no a la mujer como un ente total y opuesto al hombre, sino como un ente carente de valores morales, intelectuales y espirituales, y desbordante de sensualidad que prefiere hacer uso de su sexo para dominar antes que perfeccionar sus cualidades con miras a la trascendencia de su ser. Podemos decir incluso que estos filósofos misóginos no desplazan del todo a la mujer porque en realidad le rinden un tributo a la mujer perfecta olvidada, perdida, borrada del mapa con el paso del tiempo.

Ese odio a la mujer plástica o frívola proviene precisamente de la necesidad de la perfección del hombre a toda costa por encima del caos social y axial en la que se engendraron las diversas corrientes que derivaron en la misoginia: los contextos en los que se desarrollan tanto las ideas de Aristóteles como las de Nietzche y Weininger son de un franco oscurantismo, una decadencia humana insostenible y por lo tanto atacable.

Como una crítica a la corriente del hedonismo, Aristóteles afirmaba que las virtudes que verdaderamente importaban eran las del alma, mismas que se referían a la parte racional (que para él estaba constituido de dos elementos: intelecto y voluntad). Por ende, daba mayor valor a las virtudes dianoéticas, las cuales se corresponden con la parte racional del hombre por ser propias del pensamiento y del intelecto; entre ellas figuraban la inteligencia, la sabiduría y la prudencia. Dado que este filósofo consideraba a la virtud como el eje supremo del cual dependía la evolución del ser humano, está demás señalar que para él la mujer no era digna de

ser virtuosa, pues como ya lo mencionamos, la mujer en Aristóteles no superaba el rango de hembra debido a la falta de cualidades.

Por otra parte, Nietzsche retoma estas ideas aristotélicas y crea la corriente que postula el exterminio de la sociedad como consecuencia de la desvalorización de los valores supremos, la cual denominó nihilismo. En su atribulado pensamiento filosófico, Nietzsche le endosa a la mujer beneficiada por la emancipación traída por el Siglo de las Luces parte de la culpa del estado actual en el que él se encontraba: un caos axial que olvida la importancia de los valores éticos, morales y espirituales por ser reemplazados con ideas que se dirigen la reestructuración del pensamiento humano y su impacto en la sociedad. [iv]

El mismo Weininger corrobora estas dos tesis al decir que en el principio femenino radicaba el núcleo del caos y la decadencia que él mismo atestiguó. Su obra “Sexo y carácter” lo confirma. Y su frase “la mujer es sólo sexual. El hombre también es sexual”, lo ejemplifica.

En resumen, estos pensadores no odiaban a la mujer porque fuera mujer, sino porque era el motivo principal que según ellos encadenaba al hombre a seguir una vida llena de placeres y tentaciones que a la larga se convertía en un problema, pues le impedía evolucionar. No es raro, como ya vimos, que esta neurosis se genere precisamente en contextos de una abierta crisis existencial y en franca decadencia.

La oscura postmodernidad

Muchos han sido los pensadores que consideran a la postmodernidad como el nuevo oscurantismo o la segunda ronda del medioevo. Umberto Eco es uno de ellos, pues culpa a la tendencia humana de posicionar a la tecnología como la única fuente de la verdad en esta nueva era en la que el hombre no piensa porque existe una máquina que piensa por él[v]. Si continuamos la línea de la virtuosidad en términos axiológicos como resultado del ejercicio de la razón y del intelecto, tenemos entonces que la postmodernidad ejemplifica, si no con mayor énfasis, al menos sí de la misma manera que las anteriores etapas, lo que los grandes pensadores tanto han rechazado: el miedo a perder la cualidad de pensar.

Al igual que en el medievalismo y en el nihilismo de Nietzsche, la postmodernidad se sitúa dentro de un contexto caótico que, una vez más, coloca a la mujer como responsable de la situación. Alejados de todo indicio de raciocinio, hombre y mujer se despojan de los valores que van encaminados a la evolución del ser para dar rienda suelta al desenfreno que implica el apetito sexual y todo elemento que lleve implícita la connotación de la palabra placer. Sin embargo, en esta ocasión se añade un elemento más: la mujer ya no existe en la periferia de la interacción humana.

Como consecuencia de la revolución industrial y de las dos guerras mundiales, el papel de la mujer como parte integrante de la vida económica y laboral creó una nueva dinámica de interrelación en la que la dominación femenina, otrora subyacente y un tanto aletargada, sale ahora cual King Kong por todas las ciudades: ávida por recuperar lo perdido, presta para desquitarse de todas las humillaciones que —ganadas o no— sufrió durante centurias por causa del patriarcado, la mujer se libera de cuanto yugo moral, ético, filosófico e intelectual la obstaculice.

Parte inseparable (y quizás insufrible e insuperable) de este fenómeno es el movimiento feminista, un movimiento que pretende la reivindicación de la mujer en todos los aspectos, pero que a juicio de muchos es tanto o más deficiente que cualquier corriente ideológica que postule la sumisión de la mujer: con una base ideológica que alude más a la reivindicación de derechos de acción y no de pensamiento, el feminismo como corriente filosófica no aporta elementos que generen un nuevo modelo de vida que impulse, a su vez, una evolución del género humano. Por el contrario, este movimiento se limita únicamente a arrebatar lo perdido hace milenios sin reemplazar, intelectual o materialmente hablando, el hueco que dejan.

De esta manera aparecen críticos de la condición hombre vs. mujer que se observa desde el siglo pasado. Críticos que observan la doble vulnerabilidad en la que el hombre ahora se encuentra: si bien antes a la mujer se le temía y por eso se le sometía, ahora que esto es prácticamente imposible aparece ante sus ojos como una guerra perdida, una invasión, una pérdida del control no de las cosas, sino de su propio ser y del entorno mismo.

Arreola, ese rebelde de la segunda ronda medieval.

Uno de esos críticos es Juan José Arreola. Para muchos, Arreola es un escritor netamente misógino: es el único escritor mexicano que declara abiertamente en un cuento que la mujer es completamente irremplazable. Este cuento es “Anuncio” [vi], que arranca sin preámbulos diciendo que existe una alternativa femenina que satisface en igual proporción las necesidades sexuales de un hombre:

“Dondequiera que la presencia de la mujer es difícil, onerosa o perjudicial, ya sea en la alcoba de soltero, ya en el campo de concentración, el empleo de Plastisex© es sumamente recomendable. El ejército y la marina, así como algunos directores de establecimientos penales y docentes, proporcionan a los reclusos el servicio de estas atractivas e higiénicas criaturas.

“Ahora nos dirigimos a usted, dichoso o desafortunado en el amor. Le proponemos la mujer que ha soñado toda la vida: se maneja por medio de controles automáticos y está hecha de materiales sintéticos que reproducen a voluntad las características más superficiales o recónditas de la belleza femenina. Alta y delgada, menuda y redonda, rubia o morena, pelirroja o platinada: todas están en el mercado. Ponemos a su disposición un ejército de artistas plásticos, expertos en la cultura y el diseño, la pintura y el dibujo; hábiles artesanos del

moldeado y el vaciado; técnicos en cibernética y electrónica, pueden desatar para usted una momia de la decimoctava dinastía o sacarle de la tina a la más rutilante estrella de cine, salpicada todavía por el agua y las sales del baño matinal”.

Naturalmente, este cuento podría ser interpretado a priori como una ejemplificación total de la misoginia al postular la idea de que en efecto ya existe una fórmula científicamente probada para sustituir a la mujer, y es el mismo hecho de la sustitución lo que daría pie a creerlo así: la misoginia intenta borrar de la faz de la tierra a la mujer y a todo lo femenino que esté a su alcance.

Pero si se da una relectura a este texto, se encontrará que más que un cuento misógino, es una alegoría que se burla de la ciencia moderna en su papel teocéntrico: es casi imposible crear un ser que cubra casi el cien por ciento de las características del ser humano con una probeta por varita mágica. Arreola se sitúa como un especulador de lo que sucedería si la ciencia avanzara a pasos agigantados. El resultado es el uso de estos avances para la satisfacción de los instintos primarios del hombre.

Lo anterior queda resumido en el cierre del cuento, el cual dice lo siguiente:

“Lejos de representar una amenaza para la sociedad, la venus Plastisex© resulta una aliada poderosa en la lucha por la restauración de los valores humanos. En vez de disminuirla engrandece y dignifica a la mujer, arrebatándole su papel de instrumento placentero, de sexófora, para emplear un término clásico. En lugar de mercancía deprimente, costosa o insalubre, nuestras prójimas se convertirán en seres capaces de desarrollar sus posibilidades creadoras hasta un alto grado de perfección.

“Al popularizarse el uso de la Plastisex©, asistiremos a la eclosión del genio femenino, tan largamente esperada. Y las mujeres, libres ya de sus obligaciones tradicionalmente eróticas, instalarán para siempre en su belleza transitoria el puro reino del espíritu”[vii].

En realidad, Arreola intenta recuperar el verdadero rol de la mujer como una parte importante que posee dones y cualidades específicos que no son meramente sexuales. Pero pasa con este texto lo que siempre pasa con el resto de los textos: apenas los ojos del humano se instalan en la parte mórbida, instintiva o agresiva de un texto, el mensaje real ya no podrá llegar. Esto le sucede también a escritores como Stephen King: nadie —o casi nadie— llega a penetrar el centro del mensaje que el vendedor de bestseller’s en realidad quiere transmitir. Ahí está el caso de su libro “Christine” en donde habla del salvaje mundo que rueda sobre el asfalto como un producto cultural engendrado por el hombre consumista de la tercera parte del siglo XX. Obviamente, tanto el libro como la adaptación en cine tuvieron una gran aceptación entre el público porque éste centró su atención en la sangre y en las mutilaciones del carro malvado y feroz y ni tiempo les dio de llegar siquiera a cuestionarse qué relación había entre los atracos del auto y el creciente número de muertos en accidentes automovilísticos.

Arreola aparentemente se burla de la condición femenina en la que la mujer se encuentra inmersa, llegando incluso a parecer un fanfarrón que se pavonea de su virilidad. Pero bajo ese tejido de letras que escandalizan a cuanta mujer que se crea ofendida por ideas que apenas comprende existe una súplica, una especie de ruego por encontrar la manera de hacer volver a la mujer al punto de partida, al origen prístino, amoroso, delicado. De ahí la frase “instalarán para siempre en su belleza transitoria el puro reino del espíritu”.

Y es que Juan José Arreola criticaba la precariedad de la sociedad no sólo en sus cuentos de corte social, sino también en éstos, en donde se aprecia un temor por caer en el yugo de las tentaciones y sumarse así a la creciente nebulosa humana que está ciega por no querer razonar.

Cuentista, no misógino

Para todo aquél (o aquélla, para no herir susceptibilidades, si es que lo leyera una

adepta al movimiento de la feminización de las letras) que llegado a este punto contrapone los títulos “Insectiada” y “Parábola del Trueque”, argumentando que sus letras son de un carácter ineludiblemente machista y misógino, tal vez sea necesario hacer una discriminación entre dos términos literarios que comúnmente se malinterpretan o fusionan.

Es el caso de las palabras autor y narrador. El autor es la persona que escribe una obra literaria, sea el género que sea, y siempre aparecerá su nombre como el creador de tal. El narrador o voz narrativa es aquél que relata una historia (por lo que ya se ve que únicamente funciona en el género narrativo, no así en el lírico ni en el dramático) y no siempre comparte rasgos, credos, ideología ni fisonomía con el autor. Mientras que el autor es un creador, el narrador únicamente es un personaje, creado precisamente por el autor.

Ahora bien, el hecho de que el narrador sea una creación del autor no implica necesariamente que el autor piense, viva o sienta de la misma manera que su creación: acto ficticio que es, el narrador es una invención de una persona que escribe un mundo paralelo al suyo. Un autor inventa. Que parta de un contexto real para realizar su invención, o que incluso dicho contexto sirva de escenario para la función descriptiva o relatora que el narrador ejerce es algo propio de la ficción y no de la vida misma del autor.

En todo caso —y si la tesis anterior no convenciera al lector— más que un texto misógino o sexista, Arreola dispara un discurso que deja ver su vulnerabilidad como hombre ante la imposibilidad de sustraerse a los encantos femeninos. En todo caso, también, hay un Arreola frustrado que lucha para no caer en la oscuridad en la que otros de sus compañeros caen por ceder a sus instintos, pero que sabe que irremediablemente perderá la batalla, sea por naturaleza humana o por destino natural.

Veamos estos dos ejemplos. En el cuento “La Insectiadia”, Arreola plantea lo siguiente:

“Pertenecemos a una triste especie de insectos, dominada por el apogeo de las hembras vigorosas, sanguinarias y terriblemente escasas. Por cada una de ellas hay veinte machos débiles y dolientes.

“Vivimos en fuga constante. Cuando las hembras van tras de nosotros, por razones de seguridad, abandonamos todo alimento a sus mandíbulas insaciables.

“Pero la estación amorosa cambia el orden de las cosas. Ellas despiden un irresistible aroma. Y las seguimos enervados hacia una muerte segura. Detrás de cada hembra perfumada hay una hilera de machos suplicantes”. [viii]

El narrador, al parecer un insecto (mantis religiosa), nos cuenta los avatares por los que pasan él y sus compañeros cuando a las hembras les llega la etapa de la fecundación: siempre huyendo de ellas por ser mortales, terminan sucumbiendo ante su perfume. Más que una creencia de Arreola, lo descrito es un cuadro de una realidad: no hay mujer que deje sin cabeza a un hombre cuando se trata de obtener un favor de éste a cambio del placer. Arreola lo sabe porque lo vive, o al menos lo ha visto suceder en otros cuerpos. Como dice Saúl Yurkievich[ix],

“(…) El amor que responde a instintos feroces resulta un acto bárbaro (…). La pareja contiende en encarnizado combate, libra la ancestral guerra de los sexos (…). La relación de Arreola con la mujer es fatal, por lo inevitable y cambiante; está signada por la necesidad y el rechazo”.

En el cuento “Parábola del Trueque” ocurre algo distinto. Plantea el hipotético del reemplazo de las esposas viejas por otras jóvenes, más relucientes, hermosas, brillantes. Pero aquí no ocurre la crítica hacia la mujer, sino al varón mismo: es al varón que produce dinero y lo consume, el proveedor, el atado al sistema capitalista, el que es criticado en este cuento. Cuando el narrador dice[x]:

“Pero un día las rubias comenzaron a oxidarse. La pequeña isla en que vivíamos recobró su calidad de oasis, rodeada por el desierto. Deslumbrados a primera vista, los hombres no pusieron realmente atención a las mujeres. Ni les echaron una buena mirada, ni se les ocurrió ensayar su metal. Lejos de ser nuevas, eran de segunda, de tercera, sabe Dios cuántas manos… el mercader les hizo sencillamente algunas reparaciones indispensables, y les dio un baño de oro tan delgado, que no resistió la prueba de las primeras lluvias”.

nos presenta una alegoría de lo que es el consumismo en la sociedad. Siempre dispuestos a la renovación del entorno a través de la adquisición de nuevos, estéticos y funcionales elementos, el hombre postmoderno no escatima perder los valores reales en pos de otros más artificiales, pero mucho más vistosos e igualmente efímeros. Y esto nos remite al mundo nihilista de Nietzsche. Si Arreola emplea a la mujer como el objeto del cual parte la parábola, es porque precisamente estaba quejándose de la inexistencia de un sistema axiológico que sepa discernir entre lo temporal y artificial (la apariencia), y lo duradero y real (amor).

¿Arreola contra el feminismo?

Existe un pequeño relato-fábula, titulado “Homenaje a Otto Weininger” que ha sido criticado por muchas feministas como un texto que ataca su movimiento ideológico. En su ensayo “La manifestación irónica del feminismo en un relato de Juan José Arreola”, Éder-García Dussán nos ofrece una serie de elementos que atacan el dicho de estas féminas al conceptuar la idea del autor en una simple tesis que apunta a la miseria y la soledad en la que está cayendo el género masculino como consecuencia de la liberación mal encauzada de la mujer, quien se aproxima gradualmente al centro de toda acción humana, desplazando el falocentrismo para instaurar el ginecocentrismo, acción que más que repudiar, el protagonista acepta resignado y desvalido.

Quizás el escándalo o aversión por este texto radique en los animales que elige el autor para construir esta hibridación de fábula y relato, pues son perros los que protagonizan la historia:

“Como a buen romántico, la vida se me fue detrás de una perra. La seguí con celo entrañable. A ella, la que tejió laberintos que no llevaron a ninguna parte. Ni siquiera al callejón sin salida donde soñaba atraparla. Todavía hoy, con la nariz carcomida, reconstruí uno de esos itinerarios absurdos en los que ella iba dejando aquí y allá, sus perfumadas tarjetas de visita”.

Está demás decir que este relato ejemplifica la falacia que sostiene la apertura total de la mentalidad humana. Arreola lo sabía bien y por eso eligió a canes y no a gatos para realizar este texto.

Pero lejos de lo que escandaliza a primera vista, habría qué ver si en realidad este texto en efecto es en contra del feminismo, o si más bien sea un cuidadoso texto que verdaderamente homenajea a Otto Weininger, el antifeminista alemán por excelencia.

Éder García-Dussán comenta que el entorno espacial en el que discurren las acciones de la perra —basurero de la periferia— y las acciones de supremacía que ejerce en sí —promiscuidad— son precisamente los ejes de los cuales parte Arreola para justificar la descripción resultante de la observación del paulatino avance de la mujer hacia el centro de toda actividad humana. Pero esto no es gratuito: al ser un homenaje a este pensador alemán, el mensaje latente de esta mini historia consiste en la posibilidad de trocar la realidad que aqueja a ambos géneros para encauzarla a una verdadera liberación femenina que traiga como consecuencia la liberación masculina, con la subsecuente evolución de ambos géneros.

Y es que como lo afirma la escritora argentina Ester Vilar en su libro titulado “El varón domado”, cuya idea principal es la negación de la opresión femenina en oposición a la existencia de un control femenino “tras bambalinas” que la mayoría de los hombres no advierte conscientemente, “hagan lo que hagan para impresionar a las mujeres, los varones no cuentan en el mundo de éstas. En el mundo de las mujeres no cuentan más que las mujeres”. [xi]

Con esto, la autora se refiere al tipo de mujer frívola que es atacada por los pensadores ya mencionados. Hay que resaltar que esta mujer se ha ganado el mote de misógina e incluso ha sido amenazada de muerte por sus palabras, que desnudan completamente el chantaje femenino. Quizás haya sido catalogada, al igual que Ana Caballé, como una misógina, para corroborar entre las feministas su teoría de que no solo hay hombres misóginos, sino que también las hay mujeres; o tal vez por una mala suerte de la autora que no le permitió llegar al intelecto de muchas para hacerles entender que no había necesidad de reclamar una reivindicación de sus derechos en la sociedad en tanto éstas no sustituyeran los mecanismos de manipulación por otros que ensalzaran el espíritu, como el desarrollo del intelecto, por ejemplo. Así, en una de sus páginas comenta:

“Cuando una mujer observa que un varón se vuelve a mirarla, se alegra muy naturalmente. La alegría es tanto mayor cuanto más caro es el traje o el coupé. Pero si esa mujer nota que otra mujer se vuelve para mirarla de verdad (cosa que ocurre sólo en casos extremos, pues los criterios con que se miden recíprocamente las mujeres son mucho más despiadados) sabrá que ha llegado a la culminación. Para eso vive: por el respeto y la admiración, por el amor de las demás mujeres”.

Entonces, y dado que es una mujer la que ha despojado todo el cliché del feminismo, podemos decir que Arreola en efecto jamás estuvo en contra de tal movimiento, simplemente habló de lo que él consideraba la realidad de dicho movimiento y su perspectiva personal.

Cayendo de rodillas (ante una mujer)

Finalmente, la idea de la vulnerabilidad de Juan José Arreola ante la emancipación errada de la mujer actual (que se desarrolla en ambientes de frivolidad como detonante de los cuentos supuestamente misóginos que escribió tanto en sus libros “Confabulario” como “Bestiario”) puede ser totalmente descubierta en el cuento “Una Mujer Amaestrada”. [xii]

El cuento relata las suertes que desenvolvía una mujer amaestrada por su amo. El narrador nos cuenta las impresiones que tomó del domador: fatiga, tensión, dolor, frustración. Y todo para que la mujer hiciera unas cuantas nimiedades circenses. Una vez más sitúa a todos los personajes en una calle periférica de alguna ciudad, con lo cual quiere decir que la mujer se desenvolvía al margen de las cosas importantes que ocurrían.

El narrador se empeña en demostrar a la mujer como un ser tonto, inepto, lerdo para ejercer su rutina, poseedor de un encanto físico que atrapaba inmediatamente la simpatía de los demás espectadores, dejando así cerrada toda posibilidad de observación más a fondo de lo que en verdad ocurría: el domador sufría, la mujer no.

Hasta aquí pareciera que nos hemos topado con un cuento arreoliano verdaderamente misógino. Pero las líneas finales le dan otra dirección:

“Resuelto a desmentir ante todos mis ideas de compasión y de crítica, buscando en vano con los ojos la venia del saltimbanqui, y antes de que otro arrepentido me tomara la delantera, salté por encima de la línea de tiza al círculo de contorsiones y cabriolas.

“Azuzado por su padre, el enano del tamboril dio rienda suelta a su instrumento, en un crescendo de percusiones increíbles. Alentada por tan espontánea compañía, la mujer se superó a sí misma y obtuvo un éxito estruendoso. Yo acompasé mi ritmo con el suyo y no perdí pie ni pisada de aquel improvisado movimiento perpetuo, hasta que el niño dejó de tocar.

Como acto final, nada me pareció más adecuado que caer bruscamente de rodillas”.

Como puede observarse, Arreola expresa su derrota final ante la presencia de la mujer como actualmente se le conoce, y se deja llevar por la corriente a la que —al igual que Nietzsche—tanto le temía.


Un hijo mal portado

Por si acaso todos estos argumentos y ejemplos han parecido insuficientes, cabría mencionar que Arreola, más que un misógino, era un amante de la mujer en su totalidad como la poseedora del amor, de la cualidad creadora, de la belleza plena casi sacra —muy medieval este último rasgo— y de la verdadera esencia de la mujer.

Eso es lo que salta a la vista en su cuento “Eva”[xiii], cuando el personaje principal, luego de sostener una figurativa batalla campal en una biblioteca, enmedio de libros y rechazos de una intelectual —una mujer que realmente había accedido al don de la razón y rechazado la frivolidad— que no quería ser adulada por su belleza física ni por el control matriarcal que otrora su género había tenido, conquista finalmente a la dama con una tesis de Wölpe (hay que remarcar el delicado sentido del humor del escritor al nombrar así a un científico ficticio):

“En el principio sólo había un sexo, evidentemente femenino, que se reproducía automáticamente. Un ser mediocre comenzó a surgir en forma esporádica, llevando una vida precaria y estéril frente a la maternidad formidable. Sin embargo, poco a poco fue apropiándose ciertos órganos esenciales. Hubo un momento en que se hizo imprescindible. La mujer se dio cuenta, demasiado tarde, de que le faltaban ya la mitad de sus elementos y tuvo necesidad de buscarlos en el hombre, que fue hombre en virtud de esa separación progresista y de ese regreso original a su punto de origen. (…) El hombre es un hijo que se ha portado mal con su madre a través de toda la historia”.


Sobran las palabras para demostrarle hasta al más necio y testarudo que Arreola de misógino tenía lo que Benito Juárez de conservador.

Aún así, y después de todo lo dicho y expuesto, habría que añadir que para efectos de estudio de la misoginia, leer lo que los pensadores ya mencionados (y otros tantos sicólogos, sociólogos e historiadores) han escrito al respecto no estaría nada mal. Pero a Arreola habrá que dejarlo en paz. Él fue el constructor de una literatura llena de matices y figuras literarias híbridas dignas de apreciar en su sentido estético, no en su sentido social.

Notas



[i] Citado por Éder García-Dussán en su ensayo “La manifestación irónica del feminismo en un relato de Juan José Arreola”:

http://www.ucm.es/info/especulo/numero38/irofemi.html

[iii] Op. Cit

[iv] Al respecto, García-Dussán dice: “Weininger afirma que el principio femenino es el culpable de todas las tendencias destructivas y nihilistas (del lat. Nihil: nada) de la cultura, siguiendo así las tendencias de Aristóteles y Nietzsche. Es por esto que argumenta que la mujer no tiene ética, ni lógica, ni alma, que no merece ni necesita la igualdad ni la libertad”.

[v] Ver al respecto “El Mago y el Científico”, de Umberto Eco: http://biblioweb.sindominio.net/escepticos/eco.html

[vi] Arreola, Juan José, “Confabulario”. Editorial Planeta/Conaculta. México, 1999, p. 82

[vii] Op. Cit, p. 88

[viii] Extraído del mismo ensayo de García-Dussán

[ix] Op. Cit

[x] Arreola, Juan José, “Confabulario”. p. 120

[xii] Arreola, Juan José, “Confabulario”. p. 104

[xiii] Op Cit p. 44

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